lunes, 28 de junio de 2010

LA ANTESALA

El sonido que me aturdía era perfecto, eran certeras puñaladas una tras otra con la perfección temporal de un metrónomo. Y ahí enfrente el intérprete, un reloj negro de pared de unos 40 cm de diámetro, lo único que rompía con el blanco que inundaba el cuarto,que solo contaba con un reloj, una mesa y una silla. El frío de la mesa en la frente, el único punto de apoyo en el cual ejercía algunos gramos de fuerza para no dejarme caer al suelo como un invertebrado, mis brazos sin ejercer ninguna resistencia a la fuerza de gravedad caídos con la punta de los dedos casi rosando el piso. Yo y el sonido del segundero. Derrotado, la impotencia de que primero maten tus fuerzas de resistirte a la injusticia de “los justos” me ganaba por completo, el repaso de una vida hermosamente de mierda, que empezaba donde yo empiezo a tener mis primeros recuerdos y culminaba con el sonido del segundero y mi frente en la mesa. Resulta que así es como las fuerzas sobre naturales de El Bien y la Libertad te ajustician en nombre de las mismas sin siquiera haber matado una mosca. Encarnandos en seres humanos corrientes en un país ajeno; en el cual no solo me privaron de la libertad como a cualquier convicto sino que me secuestraron sin chance a extraditarme o a ser juzgado en mi país, o que coños fuese o… si quiera me devuelvan a mi alcantarilla a pagar lo que los jodidos condenan. Pero no! Estos tipos que en nombre del bien matan a mansalva (como todos no queremos saber), explotan y se apropian de países en pos de la libertad, también se ocupan de tipos como yo. Estos tipos, estos delegados del Bien, la Libertad y por sobre todas las cosa de la Justicia. Lograron después de tratarlos en mi último encuentro, hacerme dar cuenta que respondían a la forma de una criatura toda poderosa que cultivaron en mi desde antes de nacer. Respondiendo a algunas nociones como por ejemplo; …el único que te da la vida es dios y el único que te la puede quitar es el… o …si la única justicia perfecta es la de dios… y esas cosas. Estos tipos son dios. Hace 5 años que estoy esperando este momento, hace 5 años que me mataron. No contento con eso los justicieros de la moral y la ética mundial hicieron que viva la agonía mas terrible que le puede pasar a un alma, la ausencia de la libertad y con ella la desaparición de mi figura con los míos es decir morir, pero vivir para sufrir la muerte. Parece que la misma antagonia es el método macabro y siniestro con los cuales estos dioses se valen para hacer Justicia. Ósea no se puede concebir la paz sin la guerra, no se puede concebir la libertad sin el encierro y la muerte, no se puede concebir la justicia sin la injusticia. Por eso es que contra dios no se puede. Y se abre la puerta a mis espalda y de repente se lanzan contra mi dos carceleros que me levantan mis manos que esposan tras mi espalda, yo si ofrecer ningún tipo de resistencia ni a la gravedad ni a los carceleros, me levantan y me echan a andar . Había otro sujeto en la puerta pero con saco, corbata y una carpetita de fichero. Y entonces un pasillo, llaves, rejas abriéndose, cerrándose y otro cuarto de esa familia. Al frente de los espectadores de lujo una silla donde me sientan y sin perder tiempo comienzan a ponerme electrodos y a mojarme la cabeza. Y desde ahí, desde mi trono en esos segundos donde se detuvo el tiempo solo para que yo me dé el gusto de romper con la intriga de leer los ojos de estos tipos. Veo una suerte de medico de chaquetilla verde que la indiferencia a la muerte del prójimo era solo símbolo de la superioridad de un ser supremo no humano desplazándose por una secuensia más de las tantas iguales en su historial. Los dos carceleros en sus miradas idénticas; saben que su bestialidad, su complicidad y su protagonismo los hace culpables pero su consuelo reside en convencerse de que es su trabajo y que lo que hacen es justicia, el bien por el mundo y esas pelotudeces. Veo al sujeto de saco y corbata frente a mí con la mirada más malvada que vi en mi vida la de un ser el cual estaba disfrutando su trabajo, leía en sus ojos el anhelo, las ansias la adrenalina que le corría impaciente por las venas de verme cocinado en la silla. Y en eso me ordenaron mis últimas palabras. Y tambien supe que el sonido del segundero no es más que el tranco perfecto de la muerte.

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